martes, 13 de septiembre de 2011

DE MACHU PICCHU AL CIELO

Viajar por Perú es como ver una película: a cámara lenta y en tecnicolor. Perú está hecho de tiempos largos (muy largos) y de retazos verdes, azules y rojos. Los verdes de una naturaleza explosiva, que a veces es selva, otras montaña, manglar, bosque, desierto o playa. El azul de un cielo tan brillante… que hasta parece más alto (por supuesto con la excepción de Lima, que arrastra su sambenito de “una de las ciudades más contaminadas del mundo”, bajo un cielo siempre plomizo). Y ese rojo vibrante que pinta trajes y artesanías, tan rojo, tan brillante, tan peruano, tan “rojo Perú”.

Fuera de la ruidosa Lima el reloj se detiene. Entre risas a menudo se culpa al mal de altura de ese “efecto relax”. Pero no es cosa suya. O no lo creo. Quizá lo sea de la tierra, una tierra agreste que pone barreras, también al tiempo, al tráfico, a la industria, a la urbe; o quizá lo sea del aire, fresco, puro. Sea lo que sea es contagioso. Y uno pierde la prisa. El estrés. El nervio. El mañana. El pasado mañana. El “¿y luego qué?”.


Perú es un país enorme, que ofrece un mundo de posibilidades y experiencias directamente proporcional a su tamaño. Historia, arqueología, aventura, naturaleza… Disfrutar de todo es imposible en un solo viaje, a menos que uno pueda permitirse un mes de estancia, si no más. Pero para el común de los viajeros, estirar al máximo las habituales 2 ó 3 semanas obliga a definir destinos, en función de gustos, expectativas y sueños viajeros. Yo recomiendo tres experiencias básicas. La incursión en la selva. Impresionante. El Cañón del Colca. Sorprendente. Y Machu Picchu. Pura magia. Añadiría una cuarta por referencias, el Lago Titicaca, mas lamentablemente no puedo dar fe de ella, por quedarme a las puertas. En otra ocasión.

Empezaré en este post por la “experiencia Machu Picchu”, posiblemente la más popular, pero absolutamente obligada. Había oído hablar tanto de ella que temía que los comentarios pudieran quitar brillo a mi propia experiencia... Estaba equivocada.

Descubierta hace un siglo, mucho se ha debatido sobre Machu Picchu, su origen, su función, su historia y su devenir en el tiempo… Si bien muchos debates siguen abiertos, hay un punto evidente para cualquiera: la extraordinaria obra de ingeniería que es, levantada en un paisaje tan abrupto, tan salvaje, que cuesta creer cómo pudo llevarse a cabo hace más de 500 años. Machu Picchu se alza sobre las laderas de montañas de casi 2.500 metros de altura, formando un conjunto colosal, que por su riqueza histórica y natural se ha ganado el título de Santuario. El  complejo se extiende a lo largo de más de 30.000 hectáreas en forma de plazas, templos, andenes de cultivo y casas que dan fe de la grandeza del Imperio Inca. El terreno está salpicado de orquídeas tan bonitas como caprichosas (cuentan que se han contabilizado más de 400, algunas únicas en el mundo); y las llamas pastan (y a veces corren) a sus anchas, poniendo el broche a un bucolismo tan perfecto, que parece irreal.

Así es la estampa de Machu Picchu. Pero lo que hace verdaderamente bonita la postal es más que eso: lo que transmite. Y eso es difícilmente reducible a palabras... Había oído decir que Machu Picchu era un lugar renovador de energía vital… Tal vez. Lo cierto es que elevado a 2.500  metros de altura, entre montañas de gran dureza y oscuros bosques, respirando la leyenda, sintiendo el misterio y el peso de más de cinco siglos de historia, uno se siente especial. En el ombligo del mundo. Y flota. Y huye. Y vuelve. Y se ve con otros ojos.




Alcanzar el cielo de Machu Picchu exige un largo viaje, que la mayoría de los visitantes hacen en tren. Un viaje largo (casi cuatro horas) pero fascinante. Si bien hacerlo a bordo del Hiram Bingham (de Orient Express) es un pequeño gran lujo que recomiendo, el verdadero lujo no está tanto dentro como fuera, en un paisaje que crece y bulle, mutando de valle –el famoso Valle Sagrado- a colinas, a montañas, a más que montañas: a los Andes. Todo un placer que trasciende el sentido de la vista.

Para valientes en forma, una buena idea es hacer el Camino Inca a pie, a través de los antiguos senderos y caminos que comunicaron Cusco con Machu Picchu. El recorrido es duro, exige buena forma física y tiempo, pues según tengo entendido el tramo más corto lleva cuatro días. Sin embargo, también tengo entendido que merece mucho la pena. Era tentador... ¡pero a una le faltaba entrenamiento!