miércoles, 21 de septiembre de 2011

VENECIA: IR ES VOLVER

Hay ciudades que sueñas con conocer. Y hay ciudades a las que sólo sueñas con volver. Venecia es una de ellas. Podría ir cada fin de semana sin que mi entusiasmo se viera mermado. Sin hacer más que pasear. Perderme por sus callejas. Y cenar en una pequeña terraza de un pequeño restaurante en un pequeño rincón. No sin antes, eso sí, dejarme caer por Rialto. Románticas vistas, todo el encanto de la vieja Venecia y un buen puñado de tiendas curiosas en un precioso puente que lo ha visto todo. ¿Quién quiere más?



Venecia hace honor a su fama de “una de las ciudades más bellas de la vieja Europa”. Tan genuina, tan especial, tan rara si se quiere… que parece irreal. De fábula. Como una ciudad de cartón piedra. Tan imposible en su origen (está construida sobre un centenar de islotes, conectados entre sí por los famosos puentes y canales) y tan generosa en palacios, balaustradas, callejones sin salida y recoletos rincones, que parece de mentira. Una recreación a medida del regocijo del paseante. Y qué lejos de la verdad, tratándose de una ciudad con más de 1.500 años de historia.

El poder de la vieja Venecia se deja hoy sentir –y sobre todo, admirar- en la elegancia de una ciudad que durante más de mil años dominó el Mediterráneo oriental. Basta un paseo por el Gran Canal para empaparse de aquel viejo poder, reflejado aún en los palacios que se yerguen a ambos lados y las cúpulas de las iglesias (oí decir que casi un ciento) que brillan al fondo. Una ciudad de ensueño. Más que eso. La ciudad soñada. No es de extrañar que haya sido frecuente fuente de inspiración de literatura y cine.



Sin embargo, mi primer encuentro con Venecia, más que encuentro fue encontronazo. Craso error acceder por primera vez a la ciudad a través de la Plaza de San Marcos a la una del mediodía. Hora punta para el turisteo en un lugar, por ende, siempre atestado de palomas. Sin embargo, la reconciliación no se hizo esperar, en un pequeño hotel boutique con salida a la plaza. A esa misma plaza que casi me hizo llorar y que en apenas unas horas llegué a adorar.

Y es que San Marcos es lo mejor y lo peor de Venecia. Lo peor porque, única plaza de la ciudad (por algo es “la Piazza”) y escenario de uno de sus grandes orgullos, la Basílica, es cita obligada para los cientos de visitantes que recorren diariamente la ”Ciudad de los Canales”. Un  hervidero de gente, sobre todo a ciertas horas, que puede restar brillo a la experiencia San Marcos. Pero también es lo mejor, porque cuando se va la luz del día, los turistas se recogen en sus hoteles lejos del centro y, los que se quedan, cenan a la europea… San Marcos pace tímidamente bajo una luz tenue. Sentarse en la arcada sin hacer nada más que mirar (y escuchar) es un grato recuerdo que llevarse de Venecia. La música de los bares de la plaza son muy turísticos para comer, pero muy funcionales para ambientar. Un buen momento con el que poner el broche de oro a una jornada maratoniana, con el hilo musical del siempre infalible Canon de Pachelbel. Ideal para románticos.



Otra buena ida es subir al Campanille al atardecer. Ver Venecia de día a los pies y tornarse minuto a minuto anaranjada bien merece la espera, y es otro bonito recuerdo para llevarse de vuelta. Otra idea para apuntar, una vez paseado y repaseado y vuelto a pasear el sinuoso centro histórico, es hacer una excursión a Burano. A Burano, que no Murano, donde verás la fábrica, el soplado (un arte), mil y una piezas (más o menos bonitas pero con el mérito indudable de una técnica admirable)… y pasarás un mal rato intentando eludir la compra de una lámpara de lágrimas azules.

La isla de Burano, ubicada a 7 kilómetros de Venecia, es cuanto menos pintoresca, con sus casas de vivos colores. Sin duda éste es el reclamo estrella de esta pequeña ciudad, cuyos vecinos están obligados a pintar sus fachadas con frecuencia. Como sucede con tantas villas marineras, se dice que el origen de las casas a todo color está en la necesidad de que los marinos vieran sus casas mar adentro en días de niebla. Será efecto de la colorterapia, el caso es que la visita a Burano apetece y gusta mucho. Puedes completarla comiendo en una de sus animadas terrazas.



Y para aquellos que vayan varios días a Venecia y quieran una jornada de relax, una última sugerencia, a menudo olvidada de las recomendaciones de viaje: un día de playa entre venecianos. Venecia tiene playa, sí, Lido, que no significa otra cosa que eso mismo: “playa”. Viene bien recordarlo en esta época de verano tardío, en los inicios de la primavera y, por supuesto, en el estío. Lido es la zona que vemos refulgente de estrellas del celuloide durante el famoso Festival de Venecia. A comienzos del siglo XX era considerada una de las playas más elegantes de Europa y si bien hoy poco queda, si no nada, de aquel esplendor que atrajo durante años a la clase alta y los artistas, no deja de ser una tentadora opción para calmar los calores y compartir una jornada con lugareños. Y también con  turistas, por supuesto. En sus 12 kilómetros caben todos.