miércoles, 7 de septiembre de 2011

RIVIERA MAYA (I): LA EXPERIENCIA CENOTE

He de confesar que la Riviera Maya siempre me había dado pereza. Quizá suene raro, pero la idea de vivir siete días a medio camino entre la hamaca y el mar no me resulta tentadora, por mucho que la hamaca esté bajo palmeras, sobre arena blanca, ante un mar turquesa y corra el margarita. Si bien la imagen puede parecer idílica no constituye mi ideal de viaje. Sin embargo, fui a la Riviera Maya, vi, viví… y cambié de idea. ¡Adiós pereza!

Por supuesto la arena blanca, el mar turquesa y los margaritas son parte del encanto de  la Riviera Maya y quienes han ido los recuerdan con grandes dosis de nostalgia. Sin embargo no son éstos los encantos que le dan personalidad y pueden motivar la elección de la Riviera frente a otro destino caribeño, también con abundancia en playas paradisíacas y cócteles bajo las palmeras.

En éste y sucesivos posts os contaré mis cinco experiencias preferidas en Riviera Maya, aquéllas que me hicieron conectar con la esencia del destino y por las que no sólo lo recomendaría, sino que yo misma repetiría. Empezaremos con "la experiencia cenote".

Sumergirse en un cenote es una experiencias única. Casi irreal. Simplificando mucho (mucho), podríamos decir que un cenote es una especie de pozo o caverna de agua, que los mayas utilizaban como lugar sagrado y de sacrificio. Esa mezcla de fenómeno natural extraño (propio de la Península de Yucatán, por las características de sus suelos calcáreos, cuya permeabilidad permite la formación de cuevas y grutas subterráneas) y su componente histórico-mágico es lo que le confiere un halo de irrealidad que roza lo onírico.

Mi “baño de bautismo” fue en un cenote mayúsculo: el Cenote del Jaguar. Siento subir un escalofrío por la espalda, mezcla de miedo y emoción, al recordarme descendiendo en rappel 17 metros por un agujero oscuro tierra abajo, hasta caer en un pozo de agua helada, rodeado por paredes terrosas en una de las cuales la luz dibujaba los ojos de un jaguar.

Oscuridad absoluta al bajar hacia un agua negruzca, que sólo pasados unos minutos de nervios por no saber qué esconde, mis ojos acostumbrados permiten atisbar con recocijo que es clara y limpia. Limpia de polución y también limpia de alimañas y monstruos marinos. El silencio es tal que se puede oír el silencio. Y creo que también mi miedo. Unos minutos para imbuirme del espíritu maya (no en vano previamente he protagonizado un ritual purificante a manos de un chamán), inspirar la pureza del cenote, escuchar una vez más el goteo del agua… y pido ayuda para ascender los 17 metros de cuerda.

Si bien la experiencia en el Cenote del Jaguar fue sublime (miedito incluido), no fue el único. Cruzar en tirolina los 100 metros de ancho del Cenote del Caimán, con el caimán abajo, también tuvo grandes dosis de emoción. Éste es un cenote abierto (para no entendidos, pasaría por un lago), en medio de la jungla, rodeado de esa exubrante flora (y fauna) propiamente de la selva. Un lujo de enclave y una grata experiencia,  subidón de adrenalina incluido.

Imagen del Cenote del Caimán. Foto: Alltournative


Tirolina en el Cenote de El Caimán