viernes, 16 de septiembre de 2011

RINCONES DE ESPAÑA (I): MEDINA DEL CAMPO (VALLADOLID)

Por supuesto que me encanta escaparme a Nueva York, Londres, Roma o Lisboa. Y en cuanto puedo, vuelo. Y repito. Pero también me encanta hacerlo a Soria, La Rioja o Cáceres. Y también repito. Sea porque estemos tan obnubilados por lo de fuera que olvidamos lo que tenemos cerca; o sea porque el low cost hace más fácil volar a una capital europea que coger el coche para llegar a una villa medieval perdida en la meseta castellana, el hecho es que llama la atención cuántos destinos de allá son sobradamente conocidos y cuánto los de acá desconocidos. O por lo menos, posteados.

Y sin embargo, recomiendo el esfuerzo de rodar carretera arriba o abajo. Y amanecer en el campo, comer lo propio de la tierra y descubrir lo que se tercie. Sea un Parque Natural o una joya del románico, un pueblo de pescadores o una villa medieval. Hoy os propongo saborear esos pequeños y grandes rincones de España. Merece la pena.

Por tierras de Castilla
Un fin de semana de esos raros, con ganas de respirar aire puro pero sin saber dónde, buceé en tierras castellanas. Alojada en una mini casa de un mini pueblo, llevada por los consejos de los lugareños fui a parar a Medina del Campo. Mil veces había pasado por el desvío de la A6. Otras tantas en tren. Y nunca parado. Ni sé por qué no.

A 53 kilómetros de Valladolid, Medina del Campo es una villa castellana de ésas que, seis siglos después y repleta de comercios, bares y terrazas, transmite toda la esencia de la vieja Castilla. Y su sabor.  Sabor de antes y sabor de ahora. Sabor a lechazo. A cochinillo. A cocadas. A Rueda.

Abundante en palacios, casonas y conventos de los siglos XV y XVI, que lucen intactos la elegancia y porte típicamente castellanos; y a la sombra de la figura de Isabel la Católica, que pasó en Medina sus últimos días, el centro histórico es Conjunto Histórico Artístico desde el año 78. Centro neurálgico de la vida de antaño y la actual, la Plaza Mayor, hoy Plaza de la Hispanidad, vio florecer la Medina de las Ferias, esa Medina que se ganó a pulso su esplendor en los siglos XV y XVI y que la convirtió en centro comercial del Reino.

Resulta obligada la subida al Castillo de la Mota, uno de los más grandes de Castilla, en cuyo derredor aglutinó a la primitiva ciudad de Medina. Construido entre los siglos XII y XV ha tenido múltiples usos a lo largo de la historia; entre otros, fue testigo, durante un tiempo, de la enajenación de Juana la Loca.

Medina del Campo acoge las Edades del Hombre, a dúo con la otra Medina, la de Rioseco. Un pretexto perfecto para escaparse, especialmente para amantes de la cultura y el arte; si bien no hace falta serlo para sentir el valor de la muestra, que bajo el título de “Passio” congrega unas 180 obras de diferentes disciplinas sobre la Pasión de Cristo. Estará abierta hasta noviembre.


Castillo de la Mota. Medina del Campo


Completando la escapada, un par de recomendaciones en las cercanías: Rueda y Torrelobatón. De la primera sólo sabía que sus vinos me contentan el paladar. Aún no siendo, muy a mi pesar, una entendida en enología, fui en cualquier caso a parar a una bodega local. Al fin y al cabo "donde fueres, haz lo que vieres". De Prado Rey se trataba, para más señas. No luciendo la magnificencia de otras bodegas, con la rúbrica de famosas firmas o el amparo de apellidos de peso y siglos de tradición; ni ofreciendo una de esas visitas que, paseando entre viejas barricas le encogen a uno ojo, nariz y alma, resultó especialmente grata. Gracias a una cata muy bien cuidada, con dedicación de tiempo y mimo y rica en explicaciones para todos los públicos, entendidos o no. Y también rica en maridaje. No sólo de vinos.


Rueda
En cuanto a Torrelobatón, ni situarlo sabía en el mapa. Afortunadamente, mi GPS supo. Resulta que ese pequeño pueblo de, en teoría, 500 habitantes, esconde una auténtica joya: la Iglesia de Santa María. Realizada en estilo mudéjar, me explican que data del siglo XV, con incorporaciones del XVI y un pórtico neoclásico del XVII. Su retablo mayor es extraordinario. Así me lo parece. Y así me lo confirman. Y así lo recomiendo. Sólo en un pueblo puede pasar que no te cobren entrada, te hagan visita guiada y no sólo te guíen, sino que te lleven a la sacristía para enseñarte pequeños tesoros del arte sacro aún pendientes de una restauración que les saque brillo. Y así, sin más, yo los veo brillar ante mi cara ojiplática. Auténticas obras de arte.

Junto a la Iglesia, el otro orgullo de Torrelobatón es su castillo, del siglo XIII, visible desde todo el Valle. Dicen por ahí que apareció en la película del Cid y que los vecinos de la localidad intervinieron como extras. Habrá que verla a ver si reconozco a alguno.